Tuesday, December 21, 2010

DULCE MARIA LOYNAZ -2


Nadie en Cuba ha logrado ese equilibrio con tal elegancia, con tal sobriedad. Ese otro don la hace grande y aumenta el eco de cada uno de sus poemas, eco que sale de una caja de resonancia colmada de vida y de pasión y no de un frío laboratorio de palabras como algunos han querido insinuar.
Semioculta tras un abrigo rescatado en un muelle peninsular, vuelta hacia adentro como si fuese a ser despojada de él en cualquier momento, Dulce María ha cultivado la poesía como el jardinero que se acerca a su jardín con las manos llenas de tierra. Dedicada y ríspida a la vez, en una mano un látigo, en el otro una flor, sin sesgo alguno de feminismo fanático, sus versos poseen la fragilidad del cristal de roca. Rodeada de poesía y leyenda, poesía y leyenda ella misma, acogió en su casa lunática del Vedado a ese muchacho jovial y díscolo que siempre llegaba a las reuniones con los párpados llenos de lluvia y que tan bruscamente se apresuró a la muerte: Federico García Lorca. Junto a sus hermanos Flor, Enrique y Carlos Manuel, esta mujer rompió los moldes estancos de la sociedad a la que pertenecía y lo hizo con una obra que como una jabalina saltó por encima de todos para tocar el borde sensible del infinito.
Ante el fulgor de su prosa y la vehemencia aparentemente soslayada de su poesía se rindió la intelectualidad española de las últimas décadas.
Ambas gozan de ese encanto inasible y extraño de una mujer que quiso según su propia confesión ser una gran novelista. Quizás por eso el hilo de sus versos esté tensado por un sentimiento tan singular e indescriptible que le otorga su obra poética una densidad insondable.


Quedé amarga y sombría como niebla y retama
Nadie toque mi pan, nadie beba mi agua
Dejadme sola todos
Presiento que una cosa ancha y oscura
y desolada viene sobre mí
Como la noche sobre la llanura.

Detrás de cada palabra hay un mundo de sugestiones y veladuras solo visible para los iniciados. Dulce María es grave y sentenciosa. Como Gabriela Mistral tiene cólera y reto. No me extraña, pues, que sus versos revelen tanta emoción. No me extraña que una ternura viril los cubra. Dueña de la prudencia, fue además, severa como no lo fueron su hermano Enrique y su hermana Flor. El péndulo fue ella, el equilibrio lo estableció ella. Con una displicencia muy personal, encendió, sin embargo, las velas del gran convite nocturno frente al mar. Desplegó los manteles blancos sobre los arrecifes y dio de comer al Fantasma de la Ópera.
Heredera fiel de una dinastía mambisa, oyó las voces de los subversivos y les repartió hojas de papel. Ajena a todo lo superfluo e intrascendente, sobrevivió a su propio olvido, anticipándose a él. Se dio el lujo de no existir para resucitar iluminada por todos, amada. Ahora la entendemos mejor, la queremos.
Cuando alguien le susurró al oído el canto del exilio, ella contestó: “La hija de un General de la Guerra de Independencia no abandona su país”.
Su obra literaria es vasta y aún poco divulgada. Cuba y el Cervantes ya se están ocupando de subsanar este error. Ella, a pesar de esto, como Borges, solo escribió lo inevitable, lo que quiso. Y cuando hizo falta. Era Flor, la gran Flor quien escribía en servilletas, en cajas de cigarrillos, en abanicos, quien hacía odas a las bielas y los motores. Dulce la escuchó siempre y la alabó. “Léanse poemas de Enrique, oigan a Flor”. En esta recomendación se aprecia más la grandeza de Dulce.


“Un Verano en Tenerife”, como ninguna de sus obras muestra con creces el dominio de la prosa lírica de esta pequeña y gran mujer. Conciso, profundo y con pinceladas de un trazo seguro y volúmenes perfectos. “Un Verano...” puede mostrarse al mundo como el mayor emblema de la crónica de viaje contemporáneo. Viajera incansable, tímida, escribió:

Soy el viajero que pasa entre abrazos ajenos y sonrisas que no son para él.

Pero sí fueron para ella. Y pasó el tiempo que lo fija todo. El tiempo clasificador. Semioculta, pero iluminada, vivió esta gran escritora en su casa hechizada del Vedado, barrio que ella vio nacer salido de los peñascos y las uvas caletas. Yo no sé de árbol más fuerte que su alma, yo no conozco cubana más cubana. Por eso, con este sello, reciba usted Dulce María Loynaz el abrazo de la poesía de su país, esa poesía a la cual ha rendido una lealtad ejemplar.



Dulce María Loynaz ocupará sitio de honor entre los poetas que no hacen escaramuza del concepto de generaciones y no esgrimen el almanaque a modo de espada de caramelo. Se verá en ella al poeta constante que da fe de su existencia como tal; al poeta que no claudica, que sabe que su oficio es digno y sirve ese oficio con dignidad. Para nosotros ella ocupa ya ese sitio privilegiado por la entraña y por el acento de su admirable poesía." Emilio Ballagas

Yo te fui desnudando de ti mismo...

Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los «tus» superpuestos que la vida
te había ceñido...
Te arranqué la corteza -entera y dura-
que se creía fruta, que tenía
la forma de la fruta.
Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aún velados
de tinieblas y asombros...
Surgiste de ti mismo; de tu misma
sombra fecunda, intacto y desgarrado
en alma viva...

"Alguna veces, en las mañanas, suelo caminar hasta el borde de la ciudad y sentarme junto al mar con sus Cartas que no se extraviaron. Desde mi complejo mundo personal trato de imaginarme que ella escucha, y que en el mar también hay quien escucha. A modo de exorcismo leo sus cartas y pienso que ya el día se vuelve uno de esos amigos que no se quejan por el don que te ofrecen. Leo sus Cartas al mar. La palabras regresan como la mano antigua que me acariciaba, entran por mi dolor y cantan. Suavemente tristeza se retira con cierta discresión, y por un tiempo, no muy largo, el regocijo se acomoda como el niño al que permiten echar una jugada.
Dulce María vive ahí, en ese lado izquierdo que no se calla.
Es su poesía el reo culpable. El asesino de mi rebelión. Brisa y sosiego. Y leo: Agárrese a ella como un ostión a una estaca de mar. Ud es el ostión, ella es la estaca y yo soy el mar. " Raysa White

Por, Graciela

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