Me preguntaba si pudiera,
si pudiera yo pedirle,
digo, usted con su elegancia
y yo con mi franqueza,
preguntarle algo que no alterase
en lo absoluto su belleza
o trastornase un poco
la fineza que destella,
y pudiera darle un beso
en esos labios que embelesan.
si pudiera yo pedirle,
digo, usted con su elegancia
y yo con mi franqueza,
preguntarle algo que no alterase
en lo absoluto su belleza
o trastornase un poco
la fineza que destella,
y pudiera darle un beso
en esos labios que embelesan.
Un beso que sintiera
una vela navegando,
una marea entrecruzando,
la brisa en popa desbordando,
del azul revoloteando
y sus ojitos ventilando.
Me pregunto si quisiera
un día hacerme su albacea,
y no testamentaria,
sino en vida heredarla,
a usted con esos labios,
a usted con esas manos,
y le pidiera, y le rogara,
y ese beso me aceptara,
y sólo respondiera
su carita sonrojada.
Me pregunto si de nuevo,
digo, me pregunto nuevamente:
usted con su dulzura
y yo con mi llaneza,
¿aceptaría un día
mi mano en su cintura
y llevarla por la orilla
descubriéndose perdida?
¿Y ya perdida, abrazarla
y besarla y extasiarme por quererla?
¿Me pregunto si quisiera
ver la noche y no la luna,
recostarla en una estrella,
de un cometa constelarla,
y bajarla aquí en mis brazos
donde sólo le arrullara?
Me pregunto aquí en mi mente,
digo, en mi mente al acercarme:
¿es de usted el iris
que alumbró tan de repente?;
¿es de usted el rostro
que en mis sueños se desprende?;
¿es de usted el labio
que me tienta a merecerle?
Me pregunto si quisiera.
Me pregunto si lo hiciera.
Y usted… Y usted…
Y usted, ¿qué respondiera?
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